Muerto con poder
Por. Juan Alberto Sánchez García
La tarde caía silenciosamente en la aldea del pueblo, en el que ya empezaba a encenderse sus luces opacas y taciturnas, ofreciendo un ambiente lúgubre porque la noche llegaba, las calles quedaban vacías y solo se oía el silencio.
La pequeña bodega y taberna se aprestaba a cerrar sus puertas dentro de un rato, pues la costumbre y la ley así lo disponía; terminaba la jornada del día contando el dinero obtenido por las ventas, anotando en su cuaderno algunas ventas al fiado, los corotos que debe reponer en la tienda y alistando la nevera de kerosene para la próxima jornada con los exquisitos posicles de queso y horchata.
Gente que entraba y salía apresuradamente comprando las provisiones de comida para el próximo dia, mientras que dos compadres del alma, conocidos y respetado por todos en esa pequeña comarca agricola, sentados sobre sacos de arroz y arveja, bebían sus últimos tragos del dia y se disponían a pagar la cuenta e irse a dormir su borrachera.
De pronto nadie comprendió ni supo por qué comenzaron una acalorada discusión que obligó al dueño a cerrar rápidamente el local. De todos era conocido el carácter y temple de esos dos compadres, José Ramón y Carlos Julio, quienes eran respetados porque jamás se metían con nadie, pero tampoco permitían se metieran con ellos.
En el patio exterior de la pequeña taberna y bodega, una vez acalorada la discusión, salieron a relucir sendas cuchillas doce canales, armas blancas de mayor categoría, una prenda que daba prestigio e infundía respeto. Comenzaron una furibunda y acalorada pelea que terminó desgraciadamente con la vida de Carlos Julio, quien no soportó las puñaladas tan profundas en el estómago, que lo obligó a agarrarse y sostener con sus manos las tripas que se habían salido de su ubicación.
La aldea se movilizó rápidamente, todos corrieron al lugar de los hechos y allí yace tendido en el piso en un charco de sangre este humilde y servicial campesino, cuya solidaridad y amistad todos comentaban y mas ahora que estaba bañado en un charco de sangre, con heridas que perfectamente se le podían ver todavía supurándole la sangre.
Fue un hecho muy lamentable que tantos años después sigue siendo comentado por las nuevas generaciones, quienes han venido escuchando la pelea entre estos dos buenos padres de familia, ejemplo de rectitud en la aldea y además compadres del alma, pero así es el licor cuando se abusa de él.
Y se comenta tal acontecimiento años después, pues quienes pudieron de lejitos observar la encarnizada pelea pudieron ver cómo estos dos compadres se echaban cuchillo, metiéndose recíprocamente el uno al otro la doce canales, como hurgando la barriga del uno al otro. Y como podían, en medio de la borrachera y la bravura encendida, se acercaban a la copa de aguardiente y libaban un nuevo trago, para seguir el combate sanguinario y frío.
Fue realmente desastroso y muy comentado este altercado casi que familiar con la lamentable muerte de uno de ellos, todos lo lloraron y cada uno tenía algún recuerdo de este buen hombre quien en algún momento le había ofrendado algún favor a cambio de nada, solo de la amistad que para él era sagrada y norma.
José Ramón entre los tragos y la tragedia que acababa de sucederles donde él era importante actor, viendo a su compadre en los últimos estertores de la muerte, arrancó a correr cerro arriba en su mula rusia, gritando improperios y bramando como un toro de lidia mal herido.
Dado que ni el corregidor, ni el juez de aldea, ni nadie pudo detener a esta fiera humana embravecida, la que tomo el camino de la montaña sin rumbo fijo; hizo que las costumbres de los pobladores sugirieran como desde siempre lo habían oído y visto, colocar una cabuya entrelazando los pies del difunto, en señal de que el reo no iba poder escapar muy lejos.
Había la disyuntiva apremiante de tener que apresar al reo, antes de enterrar al occiso, quien no podía ser sepultado con sus pies amarrados, pues las creencias indicaban que el muerto seguiría en pena por secula secu lorum y eso no lo permitía los familiares.
De manera que ya estaba identificado el reo y solo quedaba la tarea de apresarlo, acción cuya única responsabilidad era de la autoridad civil de la aldea, con el apoyo de la policía del pueblo mas cercano.
Ilustracion de Nestor Melani Orozco