Juan Alberto Sánchez García
La Grita casi que desde los años 20´s hasta pasados los 60´s, tuvo una de sus cuatro calles olvidada del progreso y castigada por quienes ejercían el poder municipal. Esa fue la «CALLE UNO» o «NEGRO PRIMERO» la que comienza en la carrera 2 con calle 2 y luego de serpentear por uno de sus costado a La Grita, termina en la carrera 9, justo donde está el puente a la urbanización Santa Rosa.
Su gran pecado fue convertirse un sector de la calle en lo que llaman «zona de tolerancia» donde Vivian en muy malas condiciones de salubridad, un grupo de mujeres que la alta alcurnia de La Grita le dio en llamar «mujeres de la vida» expresión que resuena todavía en los oídos de los Griteños que han pasado el umbral de los 60 años.
La Barranca como también se le conoció, y que muchos recordaran, debió su nombre a que un fenómeno natural rompió por un costado la planicie que se fue llenando de casas, calles, callejuelas y carreras, y que al correr del tiempo le dieron fisonomía de pueblo a lo que hoy es La Grita.
De siempre una parte de la sociedad Gritense, los que tenían mejor posición económica y hasta política, miraron La Barranca con desprecio, era una calle poco transitada, la conocimos siendo una calle lúgubre al caer la noche, con una luz tenue y los dos o tres bares que empezaban la función con la música de rocolas que invitaban al encuentro con unos tragos y las damas de compañía.
La Calle UNO vivió su apogeo cuando en 1932 se inauguró el cuartel Junín al frente de plaza de Bolívar y se trasladó de Capacho a La Grita la IV Brigada del ejército que llegó con un contingente de 200 soldados; para ellos la calle uno fue como su zona de aliviadero, pero también se trajeron enfermedades venereas que causaron problemas en la comunidad.
Fue una calle maltratada, despreciada, por donde nunca pasó una procesión, a la que nunca el cura del pueblo fue a sacar el muerto de su humilde casita, la que los servicios públicos mínimos brillaron por su ausencia, para la que en los planes municipales de desarrollo no existió, la que poco se transitaba y por la que nunca se apostó a su apoyo y recuperación; en fin la calle olvidada.
La Barranca, fue el lugar que los pobladores de La Grita utilizó para botar la basura al callejón de San Francisco, por unos vertederos que estaban ubicados a la altura de la carrera 5 al frente del estanco, otro por el puente del cementerio y un tercero a la altura de la carrera 7, frente a la casa sede de la administración de la compañía de alumbrado eléctrico.
Hubo en una oportunidad un «gran proyecto o propuesta» para hacer de la calle uno todo un bulevar, elevar la calidad de vida de su gente, reconstruir las viviendas y devolverles lo que todo ser humano merece: «dignidad.» Nunca se ejecutó este sueño, pero luego en los años 90 la municipalidad emprendió un programa que en parte resarció lo que como venezolanos les pertenecía.
Hoy La Barranca es una pintoresca calle, con su gente dignificada y trabajadora. La otra calle uno murió y quedó en el recuerdo de quienes la conocieron.
Bibliografía consultada
Méndez M. Ricardo. La Retreta. 2001
JASGnov2016