Por: Juan Alberto Sánchez García
Víctor, pertenece a una familia que fue numerosa, hijo de Doña Sofía Montilva y Don Jesús Mora, ambos extraordinarias personas con una incuestionable solidaridad y que nos dejaron enseñanzas y gratos recuerdos a quienes los conocimos y respetamos, allí en la carrera 3 entre calles 3 y 4, donde vivieron inicialmente y nacieron los morochos: Víctor y Arsenia(+) antes de mudarse a la calle 2 colindante con la panadería La Polar.
Soy amigo de infancia de Víctor, “calvariero” de cepa, somos contemporáneos y nos criamos en la carrera 3, donde solo nos separaba la pared que hacia colindar su casa de la nuestra; construimos una amistad que aún perdura a pesar de los años.
Todos desde siempre lo fuimos conociendo con el cariñoso remoquete de “El Flaco Víctor” debido a su contextura; desde niño fue muy dicharachero, conversador atropellante por la rapidez y locuacidad conque hablaba y que en la escuela “Padre Maya” le valió muchos regaños.
Estudiamos siempre juntos la primaria y a pesar de haberse mudado su familia a la calle 2, nunca perdimos el contacto ni con “el flaco” ni con sus hermanos, tod@s sin excepción fueron y son amigos nuestros y siempre nos acompañó el sentido de familiaridad; y en casa de doña Sofía, su mamá, nunca nos faltó el aguamiel con arepa o pan.
Salimos de 6° grado en 1966, siendo nuestro maestro el profesor Hugo Mora (+) desde niños nos gustó la música de manera que ya en los últimos grados de primaria participábamos en las obras de teatro, en los coros de la escuela y en los actos culturales.
Recuerdo que Víctor era muy buen dibujante, sobre todo tenía destreza y facilidad para copiar que lo destacaban en la clase; El profe Hugo Mora, nos fue metiendo más la música y ya en 6° grado nos invitaba algunas veces entre semana y luego fines de semana para que lo acompañáramos en las parrandas que hacía en la casona que estaba construyendo en la vereda lateral al cementerio, barrio Santa Rosa parte baja, y donde los músicos y amigos inseparables eran siempre Bartolo y Carlos Sandoval, junto a Luis y nosotros sus alumnos, Macario Sandoval que tocaba los timbales el flaco Víctor el güiro y luego una timbaleta y yo que cantaba; una de las piezas favoritas y que mas le gustaba tocar al profesor Hugo Mora era mi cafetal: “yo tengo mi cafetal y tú ya no tienes na”
Recuerdo que tenía el profe para nosotros un “santo y seña” y era que cuando entrabamos por la tarde al salón de clase y para que el resto del grupo no se diera cuenta, a Macario el flaco y a mí, nos avisaba abriéndose un poquito el palto para que viéramos en el bolsillo interno la flauta, indicación sigilosa de que esa tarde nos iríamos derechitos para su casa; teníamos toque.
Cuando salimos de 6° habíamos definido un poco nuestros primeros destinos, ingresamos a la escuela de música Santa Cecilia, abrigando la idea de aprender a tocar algunos instrumentos porque el proyecto final era constituir un conjunto musical; Macario aprendió a tocar Barítono y fue quien indujo al flaco Víctor a que aprendiera a tocar batería, Hugo Mora hijo del profesor Hugo y yo saxofón y Julio Moreno aprendería trompeta.
Así fue como el flaco Víctor aprendió a tocar magistralmente la batería y el resto de nosotros cada uno el respectivo instrumento, con una buena formación en teoría y solfeo, unido a la práctica diaria que nos daba Rubén Duque (+) un maestro de la música, a quien recordamos y recordaremos con cariño y afecto por su paciencia y don de enseñar.
El sueño de construir nuestro conjunto musical jamás se concretó pues vino los estudios de bachillerato y luego la universidad; el flaco Víctor Mora, fue baterista de la orquesta los Caricuena con el maestro Saúl Orestes Cárdenas, también se desempeñó en “Los Robins” de Pepe Camargo y concluyó su etapa tocando en la banda municipal Dr. Ramón Vera García.
Hoy, el flaco a sus sesenta y pico de años, retirado de la música, sigue en La Grita, vive en su casa materna y diariamente lo podemos encontrar comprando el periódico, sentado en los bancos de la plaza Bolivar o simplemente caminando las calles empinadas de La Grita; sigue siendo el mismo, solo que los años empiezan a pesar sobre su espalda, de conversación pausada y sin apuro ni ruido, ha disminuido la sonrisa alegre pero sin que lo embargue la nostalgia, porque los años lo han enseñado, su memoria recuerda lucidamente nuestras andanzas desde niños y siempre en las conversas nos agolpan los recuerdos.
©JASGMARZO2016