
Solariega casona
Por: Juan Alberto Sánchez García
Aquí vive y pervive este solitario campesino al que su familia lo dejó para irse al pueblo en busca de mejores destinos <por ay vienen de vez en cuando a verme y darle una vuelta a la casa, pero ninguno se quiere quedar> por eso la casa grande languidece cada día, inundada de tristeza y rumiando su propia soledad.
Le acompañan los de siempre, los fieles amigos, sus perros que al llegar nos armaron un zafarrancho cuidando su territorio, pero su amo los aplacó, él tiene la sabiduría y entereza de hacerlos obedecer.
Los corredores ya no acompañan el rezo de la noche ni las conversas de quienes por muchos años fueron sus permanentes huéspedes, menos aún los aposentos que no cobijan ni dan calor a quienes aquí durmieron sus sueños.
A este humilde campesino lo acompaña la soledad que no lo desampara, con la que por las mañanas sale al corredor a tomarse su cafecito y extender la mirada hacia La Grita, el pueblo al que religiosamente acudía el domingo para oír la misa, visitar al Cristo redentor, hacer las compras en el mercado y regresar a esperar el comienzo de semana, que era arduo, exigente y esperanzador, porque había que cuidar la buena cosecha que le tributaba a la familia, bienestar y prosperidad.
Hoy, sus fuerzas están disminuidas casi igual que la esperanza, solo la fe lo anima a seguir viviendo en la vieja casona, de la que un día uno de los dos se despedirá mas temprano.
JASG.