Cuento de camino

Juan Alberto Sánchez García

Una vez salió un grupo de Gritenses a caminar por los campos aledaños a La Grita como era su costumbre, entraron en una casona de largos corredores, compartiendo con sus dueños la neblina y el frio paramero, fueron invitados a la cocina para que disfrutaran de un «puntal» como a las 3 de la tarde, al sentarse todos con los anfitriones y estando la mesa ya servida con unas suculentas papas sancochadas con su toque de sal y con su cilantro por encima, cuyo olor anima a comer y abre el apetito, además de un espumoso y caliente chocolate, dieron inicio a este rito de todas las tardes en los campos tachirenses, comiendo y conversando, uno de los invitados miraba fijamente a un chicaro o canasto que estaba guindando en un travesaño del viejo techo ahumado, encima del fogón de leña, por lo que despertó sospecha y dado que era un buen declamador e improvisador, le pidieron que antes de seguir comiendo les ofreciera un verso improvisado, a lo que accedió sin mucho rogarle y exclamó:

Tomando amigos chocolate espeso

Y papas como estas que son la vida

Suponiendo que tal vez también hay queso

De toda pena el corazón se olvida

Inmediatamente la señora de la casa, anfitriona de este puntal, corrió y bajó la canasta y les colocó el queso en la mesa.

Nota. Esta anécdota o breve crónica, me la contó mi papá Bartolo Sánchez Méndez (+) cuando yo tenía unos 12 años de edad.

© JASG

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